En un mundo cada vez más urbano y más homogeneizado por efectos de la globalización, las ciudades se hacen extensas y despersonalizadas. Las principales aglomeraciones dejan de ser un continuo edificado en torno a un núcleo central para convertirse en un mosaico de piezas discontinuas, funcionando con frecuencia cada una de ellas de manera autónoma, como “no lugares” o “espacios de anonimato”. Todo ello refleja, además, una organización del espacio condicionada por el modo de producción del capitalismo flexible. Para superar las contradicciones e inconvenientes de la ciudad actual, sus actores sociales y políticos se esfuerzan por recuperar el papel de las ciudades como lugares de encuentro, de intercambio de ideas y de afirmación de sentimientos de identidad colectiva. Con esa finalidad, se imponen estrategias de reequilibrio territorial, de recuperación de la forma urbana y de conservación y puesta en valor de los paisajes culturales, siempre desde criterios de sostenibilidad y preocupación por el medioambiente inspirados en la Agenda local 21 y la Carta de Aalborg de 1994.